http://agosto.libertaddigital.com/articulo.php/1276233693
Es en relación con la percepción del incremento de las catástrofes asociadas a fenómenos meteorológicos.
Pues en medio de esta avalancha que nos anega, hallé hace unos días un curioso artículo de prensa sobre el cambio climático, con el que quedé gratamente sorprendido. Sus cavilaciones iban a contracorriente de la opinión general, contra la que daba tres argumentos, que eran clave para derruir el ideario de la falsa bóveda del cambio climático.
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Su autor, un miembro de la comunidad científica, se atrevía a discrepar de sus compañeros de disciplina, acusándoles de surtir y retroalimentar a una opinión pública sensibilizada con el medio ambiente con conjeturas poco documentadas por mero vedettismo profesional:
Es también indudable que se ha extendido la creencia de que estos accidentes [atmosféricos] se producen cada vez con mayor frecuencia y con caracteres más excepcionales y extraordinarios; y en su consecuencia se trata de investigar la causa que viene produciendo ese trastorno celeste. Para ello se han emitido diferentes hipótesis, soberanamente ridículas unas; en pugna con el sentido común otras, y absolutamente destituidas de fundamento, en nuestra humilde opinión, todas; pues los sabios (...) lanzándose en alas de su ingenio, o poniendo a contribución su inteligencia, no vacilan en emitir opiniones aventuradísimas, que siempre encuentran eco en la de los demás y aumentan su indiscutida fama.
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A continuación sopesa y aquilata las causas de la inestabilidad atmosférica y de nuestra distorsionada percepción de estas manifestaciones del clima. Respecto a la primera, afirma que esa variabilidad del tiempo, con sus desajustes térmicos estacionales, ciclones e inundaciones catastróficas, está inscrita dentro de la normalidad que rige las leyes de la atmósfera; siendo muy precavido a la hora de atribuir un gran impacto en estos fenómenos a la actividad generada por el hombre, como es la deforestación, la masificación del transporte o el elevado consumo eléctrico. En cuanto a la segunda premisa, atribuye esta visión apocalíptica que tenemos hoy día a varios factores: a la mayor información estadística de que disponemos sobre multitud de fenómenos meteorológicos, y que antes pasaban desapercibidos; a la rapidez y difusión de estas noticias, desde cualquier rincón del mundo, a través de los modernos medios de comunicación; y, por último, a la mayor probabilidad con que se ven afectadas las cada vez más extensas infraestructuras humanas, fruto del crecimiento económico.
Pero vamos al caso. Para buscar la causa de un hecho, es preciso estar seguros antes de que existe, o de que es cierto; y en este supuesto preguntamos: ¿Es positivo que los grandes accidentes meteorológicos, llámeseles ciclones, galernas, temporales o como se quiera, que producen rápidas variaciones en la temperatura, se verifican hoy con caracteres más excepcionales y hasta con más frecuencia que en ningún otro tiempo? Discurramos un poco sobre esta pregunta, no sea que preocupados con la malhadada idea del desquiciamiento de la humanidad, vayamos a generalizarla y de hecho la hayamos generalizado a las regiones celestes. Contestando fría e imparcialmente a esta pregunta (...) podemos asegurar, que lo que sucede hoy en los espacios atmosféricos ha sucedido siempre, y nada hay en ello de anómalo, singular y extraordinario, como se quiere suponer; y que la ley que rige y determina el movimiento de las masas gaseosas que nos envuelve es más estable y permanente, que la que rige y determina las instituciones que dependen de la voluntad del hombre. ¿Qué sucede hoy en la atmósfera que no haya sucedido siempre? Se contestará que en medio del verano suele experimentarse una temperatura relativamente fresca, y en los meses críticos del invierno han hecho días primaverales; que los ciclones producen hoy cataclismos y destrozos más considerables que otras veces; que las inundaciones son más frecuentes y terribles que nunca, las tormentas más asoladoras, el frío cada vez más intenso, el calor cada verano más insoportable (...); es decir, la máquina del mundo se ha trastornado y amenaza el día menos pensado [con] dar un estallido. ¡Tanto se ha exagerado sobre el particular! (...)
¿No habrá sucedido este mismo hecho y otros muchos análogos que se citan, antes de empezarse a talar los extensos bosques de la República Norteamericana, (...) antes de que una tan completa red de caminos de hierro envolviese el globo; antes de que se abusase tanto de la electricidad...? (...) Olvidamos muy pronto lo que ha pasado, y nos impresionamos sobradamente de lo actual.
¿Qué sucede, sin embargo, hoy, que justifique la creencia que impugnamos? Con el establecimiento y multiplicación de observatorios meteorológicos (...) se anotan y comentan accidentes que antes casi en su totalidad pasaban desapercibidos; con la rapidez y facilidad de las comunicaciones se conocen hoy al momento los que sucedían antes en apartadas regiones, como América, que por lo mismo eran ignorados, (...) cuando lo que verdaderamente ha aumentando ha sido el conocimiento de esos hechos, no los hechos mismos. (...) Hay más todavía: con el progreso material moderno, han aumentado las construcciones de cierta especie, (...) ha crecido también considerablemente la navegación, con lo cual son más frecuentes y perjudiciales los destrozos que por mar y tierra producen los temporales, y eso es todo.
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Por último, finaliza sugiriendo unas directrices de hacia dónde debe dirigirse la investigación climatológica. No a sobredimensionar la repercusión de la acción humana, que a pesar de su poder de transformación, sigue siendo hoy bastante insignificante dentro de la naturaleza; sino que se debe poner el énfasis en indagar en el complejo conocimiento de la circulación general de la atmósfera y de las influencias cósmicas que ejercen los astros en esta capa que nos envuelve.
Así pues, si los accidentes atmosféricos, que por especiales circunstancias llaman hoy tanto la atención, se han verificado en todos los tiempos, no se busquen sus causas en hechos de hoy, como se pretende; y si esos mismos accidentes revisten un carácter general, no quieran explicarse por causas más o menos locales, que las empresas humanas, por muy grandes y portentosas que sean o nos parezcan, hay que deponer un poco la soberbia, no montan un cabello sobre los tejados de nuestros edificios. Búsquense en causas generales y de siempre, y diríjase a eso la atención de los sabios. Véase si puede influir y de qué manera esa lucha constante que debe existir entre (...) la atmósfera pesada y deprimida de las regiones glaciales y la ligera y dilatada de las ecuatoriales; inquiérase si estas circunstancias pueden ser causa de la formación de las líneas de depresión y de la intensidad y dirección de las corrientes atmosféricas, causa principal de todos los meteoros y consiguientes alteraciones, y qué parte aporta también en esto la influencia de [los astros], que no debe ser escasa; estúdiese, en fin, (...) que si no se resuelve por completo el problema, que consideramos desde luego muy oscuro y complicado, se dará sin embargo un gran paso en el desarrollo y progreso de la ciencia.
Pues bien, el artículo que les acabo de citar está escrito por A. J. Vila bajo el título de Las variaciones atmosféricas, y fue publicado el 10 de agosto de 1888 en El Diario de Murcia. Su intención era luchar contra la creencia, que rápidamente se difundió en la ciudad, de que el hombre estaba alterando el clima y era el causante de sus manifestaciones catastróficas.
El extraordinario valor que tiene este texto es que fue escrito en un contexto de fuerte resistencia a sus argumentos, en una sociedad conmocionada y muy receptiva a las especulaciones apocalípticas, como era la murciana de 1888. Apenas había transcurrido nueve años desde que unas virulentas lluvias torrenciales, y la ausencia de "obras de defensa" que pudieran amortiguarlas, provocaran la catastrófica inundación del 14 de octubre de 1879. En una sola noche murieron en torno a 120 personas y 3.500 familias quedaron gravemente afectadas por la destrucción, sin viviendas ni medios de vida, con la cabaña ganadera ahogada y los campos arrasados por la avalancha de lodos y gravas. Y a ello se sumo la trágica epidemia de cólera, que entre los meses de junio y agosto de 1885 afectó a 5.000 personas, de las que murieron 2.000.
Para rebatir la tesis de la culpabilidad del hombre en la alteración del clima, se fijó en un hecho nimio y banal, pero que los murcianos percibían como una de las muchas anomalías climáticas que se estaban produciendo, y era que ese verano las temperaturas estaban siendo excesivamente frescas. Con esa finalidad, cotejó dos datos del observatorio meteorológico, demostrando que el verano de 1867 había sido más fresco que el de 1888. Luego el fenómeno no era nuevo ni extraordinario. Y a partir de este hecho elabora los argumentos expuestos en su particular manifiesto contra el cambio climático, 120 años antes de la marea que nos domina.
Saludicos...
Libertad Digital: Julián Navarro Melenchón